
Los niños tenían que escribir sobre sus emociones en un proyecto escolar. El mío escribió:
Odiar
Asustar
Enojar
Inmediatamente me llamó el psicólogo de la escuela. Claro. Toda mi reputación como Coach Parental se fue por un tubo en ese instante. Obvio.
En los momentos que recibí la llamada, yo estaba con la Neuropsicóloga de mi hijo, él estaba en su terapia (para la dislexia). Ella se rió, y después dijo, “¡Ay! ¿y por eso se asustaron? Pues, ¿cualquiera puede tener un mal día, no? La diferencia es que tu hijo lo puede decir con todas sus letras.”
Es decir,
Todos tenemos buenos y malos días.
Todos tenemos emociones y estas surgen, brotan de manera incontrolable.
La diferencia entre un niño normal –o que el tiene que fingir ser feliz todo el tiempo– y el de ser hijo de un Coach Parental –o de una mamá que ha tomado cursos y sabe lo que hace– es la Inteligencia Emocional.
Esto es,
1) el niño sabe lo que siente
2) el niño le puede poner nombre
3) el niño tiene el permiso para sentir y ser quien es
4) …y cuando sea más grande sabrá que hacer cuando esas emociones se presenten. Lejos de querer drogarlas o ahogarlas en alcohol, hará ejercicio, arte o, música o aquello que lo haga regresar a su centro.
La vida corre. La vida nos hace sentir muchas cosas. La diferencia esta en qué hacemos con esas emociones. Y el rumbo que decidimos tomar después de sentir, analizar y pensar en nuevas soluciones.
Photo by Monstera: https://www.pexels.com/photo/grumpy-black-girl-near-wall-7114746/
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