Hay pocas cosas que extraño de vivir en casa de mis papás, pero una de ellas es poderme encerrar en mi cuarto, poner música y sentir todo lo que venga sin ningún freno ni tapadura.
Ahora que soy mamá, me es imposible… Todas las anteriores.
Ayer me pasó algo que jamás de los jamases me hubiera imaginado. No quería. No tuve opción. Hoy he estado echa pedazos. Lo único que quería era llorar y ver al vacío. Mi hijo Altamente Sensible me sintió y se negó a ir a la escuela.
“Mi computadora no funciona”, dijo refiriéndose a su mente.
“La mía tampoco”, respondí.
Entonces nos quedamos en casa como si hubiera pasado un Tsunami invisible.
Él, durante todo el día se la pasó diciéndome que me quería. Me tardé un poco en unir los pedazos, hasta que até, pensé qué decirle y hablé con él.
“Yo también te quiero, amor. Hoy estoy mal. Muy mal, emocional y físicamente. Me duele el corazón y la panza. Pero eso no evita que yo te quiera. Si me ves que no conecto contigo, no es porque tu hayas hecho nada malo. Es que yo estoy mal.¿Me perdonas?”
“Puedes llorar si quieres.”
“Si. Gracias. Es posible que sí llore.”
“¿Estás para un abrazo?”, me preguntó.
Yo tirada en mi cama, echa bolita con mi colchita y mi niño encima. Fue un laaaaargo abrazo.
Lo único que yo quería era soledad y mi niño simplemente no me dejó.
Y creo que eso estuvo mejor.
Es lo que pasa con los Altamente Sensibles. Nos sienten y saben qué necesitamos mejor que nosotras mismas.
Debemos reconocer con humildad que el amor que los hijos nos dan es total y absolutamente incondicional. Nos aman en las buenas y –si se los permitimos- nos lo demuestran en las peores.
¿Hay algo más hermoso que eso?
No lo creo.
Photo by Ketut Subiyanto: https://www.pexels.com/photo/photo-of-girl-hugging-her-mom-4473602/
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