
¿Qué hacer cuando no nos gusta jugar con los hijos?

A veces no es tan lindo jugar con los hijos
Vemos las fotografías de la familia feliz jugando. Sabemos la importancia de jugar con ellos, nos sentamos en el piso y, a la mera hora, surgen toda una oleada de frustraciones que queremos tirar la toalla.
Mi hijo me dejó la tarea de construir un dinosaurio con sus bloques. Totalmente sin la menor idea de… absolutamente nada… empecé a improvisar. Me sentía sumamente incómoda , pero lo hice. Hice un mini pterodáctilo. En un momento me sentí muy orgullosa de mi logro. Llegó él, y primero le corrigió un pequeño error. Y después, al hacer su T- Rex desbarató el mío porque necesitaba las piezas. Y luego me decía, “tu haz la cola”, me daba una pieza, yo la pegaba y me quitaba las cosas de la mano porque hasta eso había hecho mal.
Yo, estaba de 14 diferentes colores de rojo. Observando mis corajes y mi forma de resoplar.
En su libro Playful Parenting Lawrence Cohen, dice que él se sentaba con su hija a jugar y que ella sólo lo tenía ahí, sentado sin hacer nada, igual que a una muñeca, mientras jugaba casi sola a la hora del te. Cuando él, sintiéndose totalmente inútil, se quiso levantar de la micro-silla, ella lo detuvo. En ese momento él se dió cuenta que con solo estar ahí, ella estaba “jugando” con él.
Resulta que, nosotros tenemos la falsa idea de que jugar necesariamente implica estar activos. Subir, bajar, hablar, aportar, inventar, reír… y no. A la hora del juego, lo que en realidad estamos haciendo es: fortalecer el vínculo. Mi horrible experiencia de esta tarde, no se trataba de “hacer un dinosaurio” como yo creía. Se trataba de estar ahí, acompañando. Viéndolo a él hacerlo. Ese era el juego para él. De la misma forma que la hija de Cohen.
Si, sigo con la panza torcida y el corazón un poco roto. (MI pterodáctilo quedó realmente lindo… ) pero ese es mi trabajo a sanar. Es cierto que en mi niñez mis ideas pocas veces fueron bienvenidas, y tratándose de bloques, ¡menos! Ese era el territorio de mi hermano. Pero esa es mi herida. Y yo la debo de trabajar. Sin embarrar al niño de… nada. Pude haber explotado. Pude haber reclamado. Pude haber hecho mil cosas para hacerlo sentir mal y sacar mi coraje. Pero no lo hice.
Él se siguió armando sus cosas. Y yo estoy escribiendo, abrazando y sanando.
La próxima vez que juegues con tus hijos, no te sientas con la carga de hacer mucho, este es SU momento. Deja que ellos lleven la batuta y si te aburres en la micro-silla, ¡no vayas a sacar el celular!
